A veces la solución está tan cerca, es tan evidente, que por sencilla y próxima no la valoramos. A veces buscamos en lo complejo la respuesta más sencilla.
Nos ciega la soberbia de quienes creen que las respuestas en el arte deben ser un acto de intelectualidad y adornan las obras con un manifiesto seudocientífico que da valor a algo que posiblemente solo el autor entiende. O la verborrea de quién justifica su obra pretendiendo reeducar nuestra forma de mirar y de ver.
Pero de ser así, ¿qué le queda a la pintura? ¿Qué nos cuenta ella?
Su idioma universal va más allá de discursos y tesis. Este maravilloso lenguaje, más antiguo aún que las palabras, tiene todavía muchas cosas que contar.
No sé si habré logrado dominar su lenguaje, ni si mi obra conseguirá transmitir esas sensaciones que despiertan en cada cual su propia emoción, pero no seré yo quien les aburra intentando explicar lo que mi obra no consiga expresar.
Dejemos que sea la pintura la que hable y creamos lo que nos cuenta, ella no sabe mentir.